Una mañana fría y lluviosa en un día gris,
con tu imagen en mi mente sin paredes
ni fronteras que me impidieran amarte,
encontré la mejor oportunidad para inspirarme,
y me senté a escribir.
Que el tiempo sea el testigo de mi esfuerzo, por amarte en mis sueños, sin volverse realidad…
Es que tanto te he amado, y tanto te amaré,
que tanto es tan poco,
para lo que siento y sentiré.
Existen tantas palabras
para decir cuánto te amo,
pero no existe el tiempo
suficiente para hacerlo.
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A veces, te sentí, otras veces, solo te vi,
y perdido en un sueño que no tiene principio ni fin,
solo pasos infinitos sin respuestas,
sobre ti y sobre mí, y así, me senté a escribir.
Tu silencio,
es como un castigo que me envenena
y me empuja hasta el abismo
de la locura divina de platón.
Tu voz, me envuelve, me ciega,
me convence y elimina la distancia entre los dos,
me invita a pintar una obra desnuda de paz
en el lienzo de picazo con la mano de dios.
Tu mirada,
es el camino que siempre me fue negado,
y que la luz de tus ojos
hace visible para seguirlo,
hasta la dulce presencia
de tus labios rojizos con sabor a miel,
que pronunciando mi nombre me besan,
me abrazan y me llevan a la gloria
que solo el suspiro de tus besos puede lograr.
Creando por un instante
la ficticia seguridad de amar de Sigmund Freud,
me vuelvo a sentar en mis cinco sentidos
que solo viven por redescubrirte
y desearte una vez más.
Las caricias de tu piel,
inician la conversación perfecta con mí ser,
y que sólo acaba con el sudor de tu cuerpo
que se convierte en el néctar divino que vine a beber.
Tu mirada, tu voz, tu silencio y tu amor
descubren mis sentidos a favor de la pasión
de este incesable sentimiento entre los dos.
Soy el tipo de hombre que quiere verte feliz,
con una copa de vino, con una sonrisa, o con un simple café,
caminando juntos de la mano hacia donde nos lleve el destino…